loader

Capítulo anterior: Mi llamada Into The Wild.

Creo que ha llegado el momento de contarte mi historia en la montaña, no tanto porque fluyan las palabras en mí ahora, sino porque siento la necesidad de sumergirme de nuevo en esta experiencia tan única como transformadora. Estoy aún en el proceso de incorporación, y me parece que compartir mi vivencia de ayuno en solitario al aire libre, forma parte de la realización de mi propósito.

Honrando la invitación de nuestro guía, Ray, voy a hablarte desde el corazón, lo cual implica que aún no sé lo que te voy a decir sobre esta aventura tan íntima. Pero confío que lo que tenga que ser expresado en este espacio, encontrará las palabras, y lo que tenga que quedarse en las magníficas ‘Rockies’, allí permanecerá.

Te propongo leer este artículo como uno cuento, dejando tu cuerpo y tu corazón sentir, tu mente imaginar y tu espíritu iluminarse. Esta historia es un viaje hacia un mundo desconocido, donde los árboles y el viento hablan, donde la tierra es nuestra madre y el cielo nuestro padre, donde los humanos conviven pacíficamente con lo salvaje y donde no hay ninguna separación: somos TODO y parte del TODO.

¿Estás listo?


El primer día.

Empezó a resonar el gong en el valle. Eran las 6 de la madrugada y el momento para deshacer mi cama y recoger todo mi equipaje. En el campamento, se respiraba un ambiente de calma eléctrica, y mientras algunos tomaban un último té caliente se escuchaba un silencio cargado de emociones contrarias. Pronto se formó el círculo, y tras cantar juntos y prometernos que íbamos a volver sanos y salvos, pasamos uno por uno el umbral¹ con invocaciones y humo de salvia. Un momento inolvidable. Sentía tanto en mi interior que salí primera del círculo, llorando de tristeza, de miedo y de alegría también.

Atravesé el gran prado, crucé el riachuelo y subí la escarpada montaña con mi backpack y dos galones de agua (c.a. 8 L). Arriba me acogió el sol con sus rayos calientes y su luz asombrosa, así como el pequeño refugio que había montado el día anterior con mi compañero Fawler, y otros dos galones de agua – un detalle logístico que aprecié mucho en aquel momento.

La aventura empezaba. Había llegado la hora. Tantas semanas soñando con este momento y era «ahora». ¡Qué ilusión! Y a la vez vaya desamparo… ¿Por dónde comenzar? ¿Qué hay que hacer concretamente? Decidí entonces comenzar con el comienzo de todo, y dedicar este primer día a conectar con mi cuerpo, con mi infancia e inocencia. Y, lo primero que hice para entrar plenamente en este espacio de gran libertad, fundirme con la naturaleza y dar rienda suelta a mi instinto animal y a mi sensualidad, fue: ¡pintarme los labios de rojo y desnudarme! Un gustazo intenso pero no duradero que, poco a poco, dio paso otra vez al aburrimiento. El tiempo parecía estar parado, y me quité el reloj para no volverme loca, y poder flotar por completo dentro de este extraño espacio-tiempo.

Bajé al arroyo fijándome en la belleza de mi nueva casa: sus flores, árboles, insectos, hierbas altas, relieves, etc. A la niña Maria, le encantaba crear belleza, pintar jardines lujuriantes, cocinar pasteles de chocolate, disfrazarse de femme fatale, inventarse juegos con su hermano, visitar a las mujeres mayores del barrio para comer chuches, construir cabañas, y hacer bromas. Empecé a sacar fotos, recordando esta niña alegre, creativa, amorosa y sumamente libre. De hecho, esta niña era bastante salvaje, no fingía, decía todo lo que pensaba (hasta llegar a tratar a su abuela de ‘vieja imbécil’…), no soportaba la injusticia, ni las visitas del carnicero en la isla para matar a una vaca o, aún peor, a un ternero. No le gustaba estar lejos de su familia, y su momento preferido del año era incontestablemente la Navidad.

Me reía y me emocionaba mucho redescubriendo el alma pura e indomable de esta preciosa niña, y le prometí que iba a hacer más pasteles de chocolate a la vuelta.

Por la tarde, hubo una tormenta eléctrica y, sorprendentemente en lugar de asustarme, me fascinó. Rompía con esta nueva monotonía, permitía poner mi toldito a prueba de entrada (es que le enorgullece mucho a la niña Maria saber construir un refugio sólido), y me ofrecía un asiento en primera fila para disfrutar del espectáculo de la naturaleza. ¡Qué privilegio escuchar la lluvia, sentir el viento y vibrar al ritmo de los truenos!

La noche llegó poco a poco, con el cansancio y la satisfacción de acabar el primer día con una relativa facilidad y sin pasar tanta hambre – el cuerpo humano es sumamente sabio, creo que el mío sabía lo que estaba pasando y que, de cierta forma, me daba su permiso.


El segundo día.

Mi sensación al despertar el día siguiente fue bastante distinta: me sentía súper débil, con un poco de fiebre, algunos temblores y los ánimos por el suelo. Me preguntaba entonces: «¿qué cielos estoy haciendo aquí? ¿¿Es qué habré perdido la cabeza?? Y me quedan todavía 3 días, y 3 noches… ¡Eso es un puto infierno!» Me sentía tan mal que volví a dormir – mi experiencia me ha permitido comprobar que, si raramente soluciona el problema, muchas veces dormir lo erradica ofreciéndote otra mirada sobre la realidad. Bueno, esta vez no funcionó…, y cuando me desperté de nuevo, aún me sentía fatal hasta que encontré a mis vecinos. Un colibrí entró en mi refugio para saludarme, seguido por una bonita ardilla, y me maravillé de esta curiosidad y convivencia entre especies. No echaba de menos hablar, pero estaba descubriendo que sí tenía ganas de conexión con mi nuevo entorno.

Quise luego repetir la actividad del día anterior (no es que se me ocurrieran muchas alternativas en este momento) y bajé de nuevo al riachuelo. Pero, esta vez fue una expedición muy difícil: un solo paso era como un kilómetro, y tuve que parar constantemente para descansar y a veces, hasta dormir un rato. Disfruté de la sensación del agua fría en mi piel, pero el momento cumbre del día fue sin lugar a dudas, el volver…

Supongo que tampoco tenía tantas ganas de visitar el ‘West Shield’ ², y revivir mi adolescencia, mi difícil integración en el colegio, y mis inseguridades. Pero recogí todas mis fuerzas para hacerlo frente al cielo colorado del atardecer, y me di cuenta que muchos de mis talentos (si no todos) me venían justamente de esas experiencias, de las que, a primera vista juzgamos como «injustas». Hummm… interesante, ¿verdad?

Y me fui a la cama, más consciente de mi verdadera fuerza: soy fuerte, no porque no sea débil, sino porque soy capaz de aceptar mi debilidad y trascenderla. Terminaba el segundo día de esta aventura sin energía para moverme, pero con mucha fuerza para seguir adelante.


El tercer día.

En una palabra: mejor. Ya estaba cómoda con esta nueva manera de vivir: saludaba a mis «vecinos», me duchaba a la fresca con un cuenco de agua y un guante de baño, sintiendo el sol y el aire acariciar toda mi piel.

Me pareció muy tentador pasar el día sencillamente contemplando, y me instalé sobre una roca plana, dejando mi mente viajar libremente. Recordaba con mucho cariño momentos de amor cuando aparecieron de la nada nubes negras, y empezó a oscurecer mi cielo interior. Mi estado emocional había cambiado de golpe de la alegría a la ira. Me pregunté qué parte de mí estaba tan enfadada, y me vino la imagen de Carry, ¡la niña demonio! Jajaja, una visión bastante terrorífica, pero, a la vez, muy tierna y reveladora. Una niña dolida habitaba mi subconsciente sin que lo supiera y, en vez de rechazarla, me propuse ofrecerle un poco de atención y, tal vez, reconectarla con su padre.

Por la tarde, dormí unas cuantas veces para recuperar fuerzas y subir al sitio de la ‘buddy pile’ ³, pero fue en vano. Es cuando comí la barrita energética que Fawler me había regalado en caso de emergencia. Una barrita altamente rica en proteínas, con cacao y mantequilla de cacahuete. La había devorado y saboreado varias veces mentalmente, pero la realidad es inimitable. Fue un éxtasis que disfruté muy despacito, lamiendo hasta la menor partícula incrustada en el envoltorio de aluminio. Así que con el buen gusto en la boca, pero sin mucha más energía en la sangre, emprendí mi ascensión hacia la cima de la montaña.

La zona donde Fawler y yo teníamos nuestra ‘buddy pile’ era una zona impregnada de una energía muy mística, con rastros de muchos rayos y árboles torturados por los elementos desencadenados de estas alturas (alrededor de 3.000 m). Me imaginaba que era el punto de encuentro perfecto para las brujas :-).

Hice un montón de pausas para llegar allí, y en una de ellas, canturreé Here comes the Sun para animarme. Esta canción es como una explosión instantánea de buen humor, e hizo su efecto durante un momento, pero había otra cosa en mí a punto de aflorar a través del canto. Me vino otra melodía a la mente: Amazing Grace, y con ella una inmensa tristeza seguida por la gratitud de conocer y reconocer lo más sagrado en la vida: el nacimiento, el amor y la muerte.

La oscuridad de la noche me dió la oportunidad de explorar una última emoción: el miedo, o más bien, en este caso, el terror. Había bastante viento, el toldo no paraba de hacer ruido y parecía que un depredador se estaba acercando (nota: estábamos en una zona donde viven osos negros y otros animales de gran envergadura). Me decía a mí-misma frases del tipo: «tú no eres su plato favorito», o «ellos tienen aún más miedo», pero me sentía más segura con mi cuchillo a mano. En el campamento, me sorprendió mucho que a la mayoría de mis compañeros no le aterrorizaba para nada la idea de encontrarse con un animal salvaje, y allí me percaté de que mi verdadero miedo no era el de morir, sino estar desarmada frente a comportamientos agresivos… Al final, nada en la naturaleza intentó hacerme daño, y tiendo a pensar ahora que el mundo «civilizado» alberga más violencia que el mundo «salvaje».  

Tanto la alegría, como la ira, la tristeza o el miedo transcurrieron rápidamente sin que les pusiese ningún obstáculo, y aquel día lo que más experimenté fue paz.


El cuarto día.

¡Qué delicia ver la luz y sentir el sol, estar despierta y viva a todos los niveles, y abrazar la dulce satisfacción de estar a punto de cumplir un gran reto! ¿Qué más podía pasar durante este último día de ayuno?

Comencé mi vida adulta dando mucha importancia al ‘HACER’, midiendo mi valor como persona a través de mis logros, de mi producción y productividad. Mudarme a Barcelona marcó el inicio de un trabajo de autoconocimiento con mucha atención en el ‘SER’: en mis valores y constelación de «yoes». Y subir a la montaña significaba unir el HACER con el SER, integrando mi esencia y mi misión en un propósito.

Repetí la intención con la cual había pasado el umbral, y me propuse afinarla como a un instrumento de música hasta escuchar la nota perfecta.

«I AM AN INITIATED, COURAGEOUS, AUTHENTIC AND LOVING WOMAN,

SPARKLING ALL AROUND FREEDOM, SELF-CARE AND RESPECT FOR OUR PLANET.»

Una corriente vital recorrió todo mi cuerpo al pronunciar esta frase, anunciando que mi semilla más esencial había, por fin, brotado.

Y para marcar esta plena entrega al mundo, decidí pasar la última noche en un sitio completamente abierto. Desmonté mi pequeño refugio, hice un gran círculo de piedras, coloqué arriba de mi cabeza en el suelo todos los objetos simbólicos colectados a lo largo de estos días, y me fui a contemplar el anochecer sobre el valle antes de cerrar mi ceremonia.

Nunca olvidaré esta sensación de plenitud frente a tanto vacío. En este momento, no necesitaba absolutamente nada. Miraba los pájaros tardíos dando vueltas a mi alrededor, y respiraba hondo cuando me arropó una nueva y profunda libertad. 

A la mañana siguiente, bajé de la montaña tan agotada como ilusionada de volver al mundo de los hombres, abrazar a todos mis compañeros y ¡compartir nuestras historias!


«Quién se define, no se conoce.» – Lao Tsé.

Un día leí esta cita del maestro chino en el periódico mientras desayunaba en un hotel de Copacabana, Bolivia. Esta frase detuvo mi atención ya que iba claramente en contra de mi paradigma en ese momento: pensaba que conocerse era poder decir «soy A» porque «no soy B». Sin embargo, mi intuición me decía que algún tesoro había en estas palabras, y las guardé en mi memoria muchos años.

Esta experiencia en la montaña terminó de revelarme el significado que tiene esta frase para mí:

  • Soy adulta porque soy niña.
  • Soy fuerte porque soy débil. 
  • Estoy serena porque estoy emotiva.  
  • Estoy plena porque estoy vacía.

En la vida, reina la ambivalencia. Nada es absoluto, todo necesita dos polaridades para existir. Soy valiente porque siento miedo, soy auténtica porque sé lo que es amoldarse, soy amorosa porque también puedo odiar. El SER más verdadero nace de la aceptación, no de la privación.

Antes de subir a la montaña sagrada, cogí un objeto que estaba en el suelo, allí en el medio de nuestro círculo ceremonial. Era un huevo de granito. Y, si descubrí en este huevo el contenedor de mi condición humana ambivalente y completa, también hallé en él mi infinita libertad hasta romper mi cáscara protectora, y renacer.

–»This ceremony is now complete, and a new one has just begun…» –

GRACIAS POR LEERME • GRACIAS POR ACOMPAÑARME • GRACIAS POR GUIARME 


Espero que este artículo te haya sido útil. Si tienes cualquier duda sobre esta experiencia, no dudes en contactarme.

Un abrazo fuerte.

Maria.

¹ El Umbral o ‘Threshold’ es el momento del pasaje entre lo viejo y lo nuevo, aún desconocido. Corresponde en la ceremonia a los 4 días y 4 noches de ayuno en solitario en la naturaleza.

² El ‘West Shield’ representa la segunda etapa vital. Es el momento de la separación con los padres y de la herida. Se trata de descubrir nuestra individualidad y nuestros talentos.  

³ La ‘buddy-pile’ es un sistema de seguridad que permite mantenernos a salvo, pero no excesivamente. La idea es formar una pila de piedras cada día para avisar a tu ‘buddy’ – es decir la persona más cerca de ti en la montaña – que estáis mutuamente bien. El sitio se define generalmente a equidistancia de ambos refugios, y los horarios desacordados para no cruzarse (uno va por la mañana, y el otro por la tarde). 

Links relacionados con el tema del post:

PD: Y si encuentras el contenido interesante, compartir siempre da gustito 🙂