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De hecho, desde un punto de vista democrático, eres minoritario: ¡tu cuerpo es más bacteriano que humano!

Al nacer, miles de especies de microorganismos empiezan a poblar nuestra piel, tanto externa como interna (tractos digestivos, respiratorios y reproductivos), para formar lo que llamamos la microbiota. Este ecosistema miniatura que reside dentro de nosotros es alucinante y, cada día, da lugar a nuevos descubrimientos que explican cómo aquellas floras pueden potenciar, o al revés perjudicar, nuestra salud física, emocional y mental. Me gustaría a través de este nuevo post, hacer un zoom sobre este mundo infinitamente pequeño y presentarte a tus «compis de cuerpo».

Empezamos con unas cifras (abstenerse personas sensibles):

  • La mayor colonia de microbios es nuestra flora intestinal, y tan sólo ella pesa entre 1,5 y 2kg en un cuerpo adulto.
  • Tenemos 10 veces más células bacterianas que propias dentro de nuestros cuerpos.
  • ¡Estamos compuestos 100 veces más de genes bacterianos que humanos!

Tan impactantes cifras pueden asustar ya que todavía solemos asociar la palabra “bacteria” a alguna amenaza invisible. No obstante, el 95% de las bacterias no nos hacen ningún daño. De hecho, no podríamos vivir sin toda esta materia ajena en nosotros, se trata de una simbiosis entre nosotros y las miles de especies que componen nuestra flora beneficiosa (ej: bifidobacterias, lactobacilos, cepas fisiológicas de E-coli) y nuestra flora oportunista (ej: cepas patógenas de E-Coli, Herpés o Candida).

Por eso, la ciencia nos considera ahora como un holobionte y no tan solo como un organismo humano independiente y estéril. La Dra. Natasha Campbell-McBride dice al respecto: «El cuerpo humano es como un planeta habitado por un gran número de diferentes micro criaturas. ¡La diversidad y riqueza de la vida en nuestro interior es probablemente tan asombrosa como la vida en el planeta!»

La flora intestinal beneficiosa tiene dos funciones principales conocidas al día de hoy: 

1. Por un lado, nos mantiene a salvo de muchas amenazas externas.

La flora beneficiosa es un escudo con una triple acción: no tan solo forma una capa protectora que impide a los microorganismos patógenos entrar en contacto con nosotros, sino que produce también sustancias que combaten a los microbios patógenos mientras neutraliza toxinas (que sean directamente ingeridas por nosotros o producidas por otros microbios).

De hecho, hasta la flora oportunista nos ayuda a prevenir futuras infecciones: una pequeña dosis de microbios patógenos permite a nuestro sistema inmune entrenarse en caso de brote infeccioso.

Por eso existe una relación tan estrecha entre microbiota y sistema inmune: ¡se estima que más del 80% de nuestra inmunidad se encuentra en la pared intestinal!

2. Y por otro lado, y no menos importante, la flora intestinal participa activamente en la digestión.

Nos permite asimilar de manera óptima los nutrientes contenidos en nuestra alimentación y, también, sintetiza para nuestra cuenta ciertas substancias necesarias al buen funcionamiento de nuestro organismo, como por ejemplo: las vitaminas K2, B1, B2, B3, B6, B12 o el ácido fólico. Si tuviéramos un intestino estéril, es muy probable que muriésemos desnutridos.

El hecho de que tanta gente se vuelva alérgica o intolerante a ciertos alimentos como el gluten, la caseína o la lactosa, es muy preocupante ya que apunta a un problema de mayor espectro. Hoy en día esta maravillosa simbiosis se ha debilitado, y muchos de nosotros tenemos lo que llamamos una disbiosis, es decir un desequilibrio entre la flora beneficiosa y la flora oportunista, lo cual puede afectar nuestra salud en muchos aspectos.

El eje cerebro-intestino-microbiota conecta salud física, emocional y mental.

» Al nivel físico, además de favorecer infecciones, se está demostrando que una disbiosis puede perturbar nuestro metabolismo al generar un estado de inflamación subclínica crónica, lo que termina haciendo la cama a afecciones como obesidad, diabetes, exceso de colesterol, enfermedad intestinal inflamatoria o cáncer del intestino. Respecto al tema del peso, también se están estudiando especies de bacterias «tragonas» que saquen relativamente más provecho de cada comida, y la influencia que tienen las bacterias en general sobre nuestra apetencia por tal o cual tipo de alimentos.

» Al nivel emocional, más del 90% de nuestra serotonina – la famosa hormona del bienestar – está producida en el intestino gracias a que nuestra microbiota metaboliza el triptófano (aminoácido contenido en varios alimentos como las nueces o el plátano). Al revés, una flora intestinal dañada tiene el poder de elevar nuestro nivel de estrés, y peor: ciertos parásitos hasta pueden generar comportamientos suicidas (leer sobre los toxoplasmas).

» Al nivel mental ahora, varios especialistas relacionan patologías como el autismo, la dispraxia, la dislexia, el déficit de atención, la hiperactividad, la depresión o la esquizofrenia a una disbiosis severa. La hipótesis subyacente es que, si la flora beneficiosa está debilitada, no puede filtrar las sustancias tóxicas contenidas en nuestro intestino, ni impedir que éstas pasen a nuestro organismo. Una alta toxicidad en los vasos sanguíneos afectaría a la larga nuestro sistema nervioso, y por lo tanto nuestra actividad cerebral. Dependiendo del tipo y de la dosis de toxinas, provocaría tal o cual patología.

Que sepas que la prevalencia de autismo ha aumentado de una manera absolutamente drástica en las últimas décadas, sobre todo en los países desarrollados. Pasamos en tan solo 50 años, de un niño autista de cada 1.000 – 10.000 (según las fuentes), a una prevalencia de un niño de cada 59 en EE.UU. El libro, «GAPS, el síndrome psico-intestinal» de la Dra. Natasha Campbell-McBride ofrece una nueva perspectiva sobre este tema. Te lo recomiendo, hay un antes y un después.

¿Por qué observamos tantas perturbaciones en nuestra microbiota a día de hoy? 

No hay una respuesta única sino una acumulación de factores, y la lista de abajo no es exhaustiva:

  • El consumo generalizado de antibióticos tanto directa como indirectamente (a través de los productos alimenticios derivados de la ganadería industrial), y otras sustancias químicas nocivas como el glifósato, que matan sin distinción, los microorganismos patógenos y la flora beneficiosa.
  • El estrés de la vida moderna que activa de manera crónica el sistema nervioso autónomo simpático, el cual retira energía a las funciones que no ayudan a la supervivencia inmediata (como la digestión, o el sistema inmune) con el fin de concentrarla en donde veamos peligro.
  • La dieta occidental actual que padece gravemente de probióticos (las bacterias) y prebióticos (las fibras que comen las bacterias), ambos contenidos en los alimentos vivos (ver mi post anterior «Alimentos: ¿Cómo los prefieres: vivos o muertos?»)
  • Y para cerrar este círculo vicioso: el aumento de las cesáreas y de la lactancia al biberón que impiden una buena transmisión de la microbiota de la madre al niño.

El enfoque occidental respecto a los microbios (tanto como al terrorismo) ha sido durante muchos años muy pasteuriano, es decir promoviendo la lucha contra «los malos individuos». Quizás sea tiempo de cambiar de paradigma y de considerar un modelo más oriental de homeostasis, donde potenciamos las fuerzas positivas para llegar a un equilibrio armonioso. Giulia Enders termina su muy prometedora primera obra «La Digestión es la Cuestión» diciendo «Cuando lo bueno y lo malo están equilibrados, lo malo nos fortalece y lo bueno nos cuida y nos mantiene sanos.»

No hay manera de sobreestimar el papel de la microbiota en nuestra salud y nuestro bienestar. Me siento muy agradecida por esta simbiosis, y siento aún más respeto por este mundo en miniatura. Dicho esto, detallaré en el próximo post cómo cuidar nuestra microbiota a través de hábitos de vida saludables.

Ahora te dejo abajo unas preguntas para seguir con tu reflexión:

  • ¿Tienes trastornos digestivos? ¿Tu madre y tu familia tienen un historial de trastornos digestivos?
  • ¿Cómo naciste: por vía natural o por cesárea? ¿Tuviste una lactancia natural o artificial? 
  • ¿Cuántas veces has tomado antibióticos en tu vida? ¿Compensaste la toma de antibióticos con pro/prebióticos?

Espero que este artículo te haya sido útil. Si tienes cualquier duda o comentario, ¡no dudes en escribirme!

Cuídate,

Maria.

Libros relacionados con el tema del post:

  • «GAPS, el síndrome psico-intestinal» de la Dra. Natasha Campbell-McBride
  • «La digestión es la cuestión» de la Dra. Giulia Enders

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PS: Y si encuentras el contenido interesante, compartir siempre da gustito 🙂

2 Comments

  1. Cynthia Emmi

    Excelente post,María Ya es hora de que la medicina incorpore estos conceptos. El otro día leí que empiezan a hacer transplantes de materia fecal en el Hospital Val d’Hebron. Suena horrible pero seguramente es muy efectivo para ciertas dolencias.

    1. Maria Bouchard

      Gracias Cynthia. Estoy contigo: es hora de actualizar nuestra percepción del cuerpo y de, por fin, integrar lo que unos llaman ya el “órgano virtual” dando su importancia. Los avances del estudio científico de la microbiota, así que la comprensión del vínculo con las grandes patologías de la vida moderna, ayudarán, seguro a dar este paso 🙂

      El transplante de heces, por extraño que suene… es algo que tiende a desarrollarse mucho. ¡Me alegra saber que ya sea practicado en Val d’Hebron! Nuestra flora intestinal es tan compleja que resulta más seguro y eficiente, incorporar la de una persona sana que intentar crear una nueva desde cero en un laboratorio… La vida, por pequeña que sea, ¡es asombrosa!

      ¡¡Te agradezco mucho darme a conocer al trabajo de la Dra. Natasha Campbell McBride!!

      Un abrazo.
      Maria.

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